viernes, diciembre 07, 2007

Cierta idea de España


No hablo en este relato de la Segunda República como período político, o histórico: sí de un niño delante de ella. Empezó a vivir en una casa donde una mujer cosía a escondidas los tres trozos de tela llana de la bandera y los ocultaba bajo el colchón como hizo con su bordado Mariana Pineda, y le costó la vida: "¡Yo soy la Libertad, herida por los hombres!", cantaba Margarita Xirgu, camino del cadalso en los versos de una tragedia de Lorca. Todos pagarían esa bandera: la Xirgu en el exilio, Lorca en el barranco de Víznar, la mujer con la ruina de todo. Y el niño, con la pérdida de lo que durante un tiempo pudo llamar patria.

(Eduardo Haro Tecglen. De su libro El niño republicano)


He sentido la tentación de escribir sobre este tema en muchas ocasiones. Hasta ahora, nunca me había decidido a sentarme delante del ordenador y a teclear un artículo dedicado enteramente al asunto. Lo he rozado en algunos posts, me he referido a él de pasada, pero hoy entro en faena.

Soy español de origen, al nacer hijo de padres españoles, tal y cómo establece la legislación en materia de nacionalidad, recogida en el Código Civil. Jurídicamente hablando, legalmente hablando, soy español hasta las cachas. Al igual que yo, otros cuarenta millones de seres poseen la nacionalidad española.

Podremos estar o no de acuerdo en multitud de facetas y aspectos de la realidad, podremos discutir con vehemencia sobre el sexo de los ángeles, pero lo expuesto en el párrafo anterior es implacable. De cara a obtener prestaciones de la Seguridad Social, para realizar cualquier trámite administrativo, con la ley en la mano, somos españoles y debemos presentar nuestro DNI (Documento Nacional de Identidad) hasta para solicitar oxígeno con el que respirar.

Que la expedición de estos documentos sirva para reforzar los temibles mecanismos del control social es algo cierto, pero no quiero desviarme de la cuestión central de este texto. Estadísticamente hablando soy español, pero uno es persona, no un robot automatizado, tiene sentimientos, moral, ética (o por lo menos se pretende). Es perfectamente compatible la nacionalidad española con el sentimiento nacional vasco. Y con el catalán o con el gallego. Incluso con el castellano o con el andaluz.

Nací en Andalucía, comunidad postergada y marginada por el centralismo, insultada a veces por sectores de los nacionalismos periféricos. El movimiento nacionalista andaluz, ligado históricamente a las reivindicaciones del campesinado anarcosindicalista, está prácticamente muerto. La llama libertadora que encendiera en su día Blas Infante fue apagada en la Transición por el andalucismo reformista y traicionero de Rojas Marcos y cia. Sobreviven determinados núcleos nacionalistas, siendo el más importante de ellos la CUT-BAI (Colectivo de Unidad de los Trabajadores por un Bloque Andaluz de Izquierdas), integrada formalmente en IU y asociada ideológicamente al SOC (Sindicato de Obreros del Campo), con fuerte impronta en el medio rural andaluz.

El nacionalismo andaluz, teorizado y desarrollado por el notario malagueño Blas Infante, reclamaba la reforma agraria, pedía tierra y libertad, a la vez que desempolvaba el pasado de Al-Andalus. Iluminando ese período clave de nuestra historia, intentando recuperar parte de lo que el integrismo católico destruyó, Infante cuestionaba las gestas de la Reconquista, descubriéndonos un Islam abierto y antiortodoxo, que pondría los pelos de punta a los ayatolás y a los cruzados del presente.

Pretendía Infante un renacimiento cultural y político de Andalucía, en el marco de una España federal, una vez acabada la vieja España. El 11 de Agosto de 1936, en el kilómetro cuatro de la carretera de Carmona, Blas Infante era fusilado por elementos golpistas, representantes de esa vieja España, que se levantó en armas contra la República.

Personalmente, soy partidario de la reforma agraria, vitalmente necesaria para resucitar las miles y miles de hectáreas de tierras baldías, propiedad de caciques, algunos de ellos condecorados por el gobierno pesoísta de Manuel Chaves, cómo la misma duquesa de Alba. Cómo iba a olvidarme de Al-Andalus, cuando desde pequeño me ha fascinado, siendo descendiente de moriscos conversos al cristianismo, con casi total seguridad. Independentista no soy, aunque respeto a los que lo sean y admiro su coraje, y envidio su capacidad de respuesta ante la injusticia, frente a la actitud pactista y conciliadora de otros.

Creo en una España distinta. Creo en la posibilidad de construir un nuevo país, aunando esfuerzos, desterrando viejas querellas, tendiendo puentes. Considero que no podemos hablar del problema vasco, ni del catalán, sino del problema español. Hablemos con propiedad: España es el problema. Esta España, impuesta a golpe de bayoneta desde el poder, esta España que algunos aceptaron con resignación y que otros combatieron con heroísmo. Este proyecto de nación, edificado a mayor gloria de las clases dominantes, construido contra el pueblo.

Los panegiristas de la cosa escriben sesudos mamotretos donde exclaman que España es la nación más vieja de Europa. Mienten a sabiendas. Fueron los Reyes Católicos, sus amados y reverenciados Reyes Católicos, los que empezaron a organizar un Estado unitario, sobre la base de varios reinos: Castilla-León, la Corona de Aragón, Navarra, Granada,... Aquel era un Estado plurinacional, varias naciones conviviendo bajo el mismo rey, pero con fueros propios e incluso aduanas entre uno y otro territorio. España era un concepto geográfico, derivado de la Hispania romana, que englobaba también a Portugal.

Los sucesivos monarcas del tinglado, imperialistas por vocación, agrandaron el Estado, disponiendo para ello de las vidas de sus súbditos, fieles los más y levantiscos los menos. Conquistando América del Sur, a costa de las vidas de millones de sus pobladores originarios, todo fuera para engordar las arcas de la Monarquía y las bolsas de los válidos. Enfrascándose en guerras europeas, enviando al matadero a miles de españoles, los famosos tercios viejos de Flandes. Repartiendo el Imperio con potencias más pujantes, cuando empezó a ponerse el sol sobre el que pontificara Felipe II.

Las disputas sucesorias, dividieron a los reinos hispanos, decantándose cada cual por un pretendiente. Cuando no era Cataluña la que se rebelaba, era Portugal el que intentaba independizarse. La Guerra de Sucesión (1702-1715) vino a fragmentar la supuesta unidad nacional, sellada a sangre y fuego por la nueva dinastía reinante, los Borbones. Felipe V abolió los fueros catalanes con la imposición de los Decretos de Nueva Planta, sembrando las primitivas causas del nacionalismo catalán.

Fue Napoleón Bonaparte el que despertó el sentimiento nacional español, que unió a los diferentes estratos de la sociedad contra el francés en la Guerra de la Independencia (1808-1814). Unos, por pura conveniencia, asustados ante los vientos revolucionarios que soplaban desde Francia, temerosos de perder sus privilegios. Otros, el pueblo llano, por defender sus hogares y a los suyos, en respuesta a la violencia y al terror que representa cualquier ocupación militar.

Discurre así el siglo XIX, con su resaca de pronunciamientos y destronamientos, con la cuestión obrera en ciernes, rosario de moderados y progresistas, trufado todo ello con la boina roja del carlismo. Esta centuria demostró que la producción de espadones es una de las más fructíferas industrias del país. Por estos andurriales de Dios, pegas una patada y te salen caudillos y salvadores de la patria, hasta por debajo de las piedras.

La causa carlista, surgida de la frustración del infante Carlos María Isidro, hermano menor del déspota Fernando VII, al ver relegada su aspiración al trono tras el nacimiento de Isabel II y la posterior derogación de la Ley Sálica (1832-1833), supo reconvertirse a tiempo, en una defensa cerrada de los fueros regionales, suprimidos por el liberalismo individualista. De las fuentes del carlismo beberá el naciente nacionalismo vasco. Carlista serán la familia y el entorno de Dolores Ibárruri, la más popular dirigente del comunismo español.

La Revolución Gloriosa de 1868 traerá el derrocamiento de Isabel II y el establecimiento de un régimen provisional, una monarquía sin rey, en permanente búsqueda de candidatos al trono. Dominado por los generales, el nuevo Estado desembocará en la Primera República(1873-1874), con el paréntesis del reinado de Amadeo de Saboya. Una República mediatizada por tres conflictos abiertos: el levantamiento independentista de Cuba, la tercera guerra carlista y la aparición de los cantones. Desdichada Primera República Española, vigilada de cerca por el Ejército, sin poder real y efectivo, entre todos la mataron y ella sola se murió.

En aquel primer período republicano se redactó un proyecto de Constitución Federal, que no llegó a ser promulgada, ante las consabidas presiones de las fuerzas vivas. Surgía así el federalismo, cómo un intento de reorganizar territorialmente el Estado centralista en base a parámetros democráticos. Vieja aspiración del ala izquierda del liberalismo denominado progresista, conectaría seguidamente con los movimientos revolucionarios de nuevo cuño, alentadores de un mundo nuevo: el marxismo y el anarquismo.

El federalismo fue un proyecto fallido, superado por la lógica de los acontecimientos, arrollado por la Restauración borbónica (1874-1931). Este nuevo entramado de intereses y corruptelas, dirigido por el historiador andaluz (malagueño cómo Infante) Antonio Cánovas del Castillo, acabó con los fueros de las provincias vascongadas, fomentando de paso el vasquismo de Sabino Arana.

La Restauración quedó atascada en Marruecos, con las finas manos del rey Alfonso XIII manchadas de la sangre de sus súbditos, exterminados en Annual (1921) debido a la bravuconería insensata del general Fernández Silvestre, animado por el monarca al grito de Olé tus cojones. El general de división Juan Picasso fue el encargado de delimitar el grado de responsabilidades en la cadena de despropósitos que condujeron al desastre de Annual, provocando la muerte de más de 13.000 soldados del ejército colonial español. El expediente Picasso era demoledor para los altos mandos de la milicia y para el propio rey. Sólo el golpe de Miguel Primo de Rivera pudo parar aquello y retrasar 8 años la implosión del sistema canovista.

Con la Segunda República (1931-1939), forma Gobierno la pequeñoburguesía liberal, presta a llevar a cabo una vasta reformulación de España, con la colaboración de los partidos obreros. Herederos de Salmerón o Pi y Margall, hijos y nietos de los krausistas, al albur de la Institución Libre de Enseñanza, aquella generación de políticos naufragó, ante la acometida revolucionaria de las masas hambrientas y el naciente fascismo, hábilmente alimentado por la élite alfonsina.

Es, paradójicamente, en medio de una terrible guerra civil, cuando los intelectuales del bando republicano elaboran el concepto de la otra España. En el frente, en las ciudades sitiadas y devastadas por los bombardeos facciosos, se va tejiendo un nuevo país, una patria por la que merecía la pena luchar, y morir si las circunstancias así lo requerían. Nunca el nombre de España significó tanto. Los militantes de la izquierda revolucionaria de todo el globo nunca olvidaron a esa España.

Recreando una conciencia nacional adecuada a la empresa que se libraba, rescatando los mejores ejemplos de tiempos pretéritos, plasmando en poemas y en prosas de combate el germen de un despertar nacional. El objetivo final era dotar de un corpus político-místico a los diversos pueblos de España, frente a la morralla de los nacionales.

Con la victoria franquista, quedó truncada aquella visión de España, institucionalizándose, con más fuerza aún si cabe que en el pasado, la España de facto. El nuevo estado de las cosas liquidó la esperanza republicana, borrando con ahínco el morao de las banderas. La dictadura se apropió del patriotismo, prostituyéndolo a lo largo de las décadas, demonizando al contrario, negando la españolidad de los republicanos. Acabaron logrando su pretensión: que ciertas izquierdas odiaran a España y que Su España apareciera cómo la única posible.

La estrategia represiva del régimen, destinada a demoler los cimientos de aquella otra patria, causó estragos en la cultura y en la vida diaria de las nacionalidades periféricas. Proscribiendo sus lenguas vernáculas, anatemizando su folklore, desconociendo sus instituciones de autogobierno, se consiguió el efecto contrario al perseguido. Contra esa España, floreció el catalanismo. Contra la paz de los cementerios que imponían desde El Pardo, nació ETA, cómo expresión armada de una determinada concepción del nacionalismo vasco, renovado por el tamiz marxista-leninista.

El franquismo degeneró en monarquía parlamentaria. A Franco le sucedían los franquistas, con el acompañamiento coreográfico de la leal oposición. El cambio y la ruptura, quedaron arrumbados, por obra y gracia del gran capital, propietario de todos los españoles.

La España roja, el país tricolor que iluminó el mundo con su ejemplo, quedó enterrado en una fosa común, bajo toneladas y toneladas de mentiras, manipulaciones y consensos. El sistema autonómico no ha resuelto en estos treinta años el problema nacional español. Siguen existiendo españoles legales que no lo son, sentimentalmente hablando. Mientras eso ocurra, España no será una nación.

El terrorismo vasquista vuelve en estas horas a matar españolitos, incluso le hace el trabajo sucio a la oligarquía española, robándoles la vida a dos ecuatorianos. Continúa la razzia españolista contra todo lo que huela a independentismo vasco, atentando contra la Razón y contra el Derecho, aunque sea en su bendito nombre.

Pobre España, pobre solar centenario donde nacimos. Quizás todo hubiera sido distinto, si nos hubiéramos atrevido a cortarle la cabeza a Fernando VII. Qué hubiera sido de este país si el pueblo hubiera instalado la guillotina eléctrica en la Puerta del Sol, tras y cómo reclamaba Max Estrella, personaje central de Luces de Bohemia, de Valle-Inclán.

Tal vez otro gallo nos hubiera cantado. Gallo rojo, Gallo negro, cantaba Chicho Sánchez Ferlosio, símbolo él mismo de las dos Españas, hijo de un fundador de la Falange, hermano de un grandísimo escritor a contracorriente, uno de los nuestros él mismo.

España roja, España negra. Apostemos por la roja, porque roja es la sangre que corre por nuestras venas, rojo es nuestro futuro, rojo será el nuevo amanecer.

2 comentarios:

Joherg dijo...

Excelente exposición de la errática historia reciente de este atribulado país llamado España. Sin embargo reclamar para la República el honor de representar a la España roja que iluminó al mundo con su ejemplo me parece cuando menos de una gran candidez. Fue precisamente esa República, una vez reorganizada, con el fiel auxilio de los partidos y sindicatos “de izquierda”, la que desmontó paso a paso todas las conquistas que la lucha del proletariado español había conseguido en las memorables jornadas del 19 de julio y siguientes. Esa labor de zapa se vio consumada con el aplastamiento de los obreros “incontrolados” durante las trágicas jornadas de Mayo del 37 en Barcelona y la posterior represión directa. Por último la salvaje represión franquista remató la faena. Ciertamente al proletariado español le cupo el honor de escribir una de las más bellas páginas de la historia; llegó hasta las puertas del cielo y cuando se decidió a tomarlo por asalto, sus propias organizaciones de clase, más bien sus direcciones, le cerraron las puertas en las narices. Las lecciones de la historia contienen valiosas enseñanzas, pero si estas no son cabalmente entendidas estaremos condenados a repetirlas.

Anónimo dijo...

Escribo desde Cataluña y quisiera aclarar que no había nación catalana en la edad media, puesto que aún no se habían inventado, por tanto difícil que los Reyes Católicos fueran reyes de naciones.

Por otro lado también aclarar que los nacionalismos (y el que más conozco es el de mi tierra) surgen como reacción al fracaso de la Restauración. Punto que no has explicado en todo el texto.

Yo también anhelo otra España, pero detesto los separatismos porque van contra mi propio pueblo.