lunes, diciembre 17, 2007

El coronel ya sí tiene quién le reciba


Libia, 1 de septiembre de 1969. Un grupo de jóvenes oficiales, encabezados por el veinteañero capitán Muamar al Gadafi, da un golpe de Estado contra el rey Idris I, derribando la monarquía e inaugurando una etapa decisiva en la historia de África. Gadafi, ascendido enseguida a coronel, estableció un socialismo muy sui géneris, influenciado por el panarabismo de Gamal Abdel Nasser, presidente de Egipto entre 1952 y 1970.

Trípoli (Libia), 15 de abril de 1986. La VI Flota de los EEUU bombardea la residencia del líder libio, asesinando a Jana, hija adoptiva del coronel, y a otras 36 personas. El presidente imperial Ronald Reagan justificó el ataque por la supuesta participación (luego demostrada) del servicio secreto libio en el atentado terrorista contra la discoteca La Belle, en Berlín, perpetrado 10 días antes y en el que fallecieron tres personas (entre ellas un soldado usamericano).

Hotel Hacienda La Boticaria (Sevilla, España), 15 de diciembre de 2007. El coronel Gadafi cena en privado con el ex presidente español José María Aznar, y con su esposa, la concejala Ana Botella. Rodeado de impresionantes medidas de seguridad, agasajado por un séquito faraónico, Gadafi consume las primeras horas de su visita a nuestro país, compartiendo mesa y mantel con el flanco más débil del llamado Trío de las Azores.


Estas tres escenas que acabo de pintarles, de esbozarles someramente, reflejan a la perfección la evolución ideológica y geoestratégica del guía supremo de la Gran Jamahiriya árabe, popular y socialista, durante los últimos 38 años. Tres estampas que ilustran al profano sobre la manera de actuar de los gobiernos occidentales, esos que se dicen defensores de la democracia y de los derechos humanos.

La revolución libia empezó a diluirse tras la desaparición física de Nasser, por mucho que la retórica de Gadafi enmascarara su propio declive moral. Extendiendo su particular visión del socialismo por el continente africano, sosteniendo a dictadores tenebrosos cómo el ugandés Idi Amin Dada, financiando acciones terroristas, en ocasiones contra objetivos civiles, la tercera vía del coronel se fue hundiendo en el fango de la realpolitik internacional.

Enemigo público número uno del imperialismo yanqui, en la época en que el hoy ejecutado Sadam Hussein gozaba de la protección y del amparo de Washington, a la vez que el teniente coronel Oliver North vendía armas a los iraníes, a cambio de dinero contante y sonante con el que alimentar la Contra antisandinista. Satanizado por la gran prensa, caricaturizado, deformado y exagerado su potencial real, Muamar al Gadafi aguantó, pasando a un segundo plano en la escena mundial, cediendo el testigo a Slobodan Milosevic o al mentado Sadam, nuevos archimalignos en el teatro de operaciones de este jodido planeta.

Cuando las barbas de tu vecino veas cortar, pon las tuyas a remojar, cuenta el refrán. Cuando EEUU invadió Irak en marzo de 2003, derrocando al régimen baazista y sumiendo al país en un caos del que todavía no se ha recuperado, el coronel entendió que los tiempos habían cambiado. Seguro que observó la captura de Hussein, barba enmarañada de meses, aspecto lamentable, afeitado prontamente por un diligente marine, y se dijo a sí mismo que él no quería acabar así, prófugo de la soldadesca usamericana, escondido como una alimaña.

Así, el glamuroso coronel acabó negociando con sus adversarios históricos, pactando con los imperialistas a los que siempre denigró en sus discursos, arruinando el poco perfil revolucionario que conservaba. Regalando caballos a Aznar, chalaneando con Sarkozy, organizando conciertos con José Carreras y Lionel Richie.


Sadam acabó en la horca, Muamar despliega su jaima en El Pardo. Comprueben ustedes la enorme diversidad de destinos de los que puede gozar un sátrapa en la era del capitalismo globalizado. Sigan los telediarios, no se pierdan las tertulias radiofónicas, a ver si escuchan a algún locutor reseñar el tenso enfrentamiento verbal entre el capitán general del glorioso Ejército español (alias Juan Carlos de Borbón) y el coronel libio de la chilaba. Disfrutaría con un presentador cualquiera, despeinándose por la emoción, jaleando al monarca y ninguneando a Gadafi. Lloraría de emoción, créanme.

Esta situación nunca llegará a producirse. Porque Su Gangosa Majestad sabe muy bien a quién manda callar. Porque el jefe de mi Estado es rehén de un complicado juego de alianzas por el que se sustenta la hegemonía del Imperio. Y en estas horas, ese deshilachado Gadafi es un peón en manos de los fulleros que nos gobiernan. Estos ganapanes de la democracia sólo se atreven con los malditos, con los peligrosos para los mezquinos intereses a los que sirven. Pongamos que hablo de Hugo Chávez.

Cuídese, mi querido coronel. Ya se deleitó usted con la rica gastronomía andaluza riéndole las gracias al personaje de opereta (Aznarín) y a la relamida de su señora esposa. Ahora, le toca escuchar a Zapatero sin emitir ronquidos, posibilidad profundamente remota, dada la capacidad del susodicho para aburrir a la peña. Le veo muy desmejorado, será cosa de la edad, o un efecto secundario de la cirugía estética.

El capitalismo avanza que es una barbaridad. A los viejos revolucionarios les afeitan los pitones, y mano de santo. El león de Libia no era ni tan fiero ni tan león. Ni dientes le quedan, al animalico.

Descanse en paz, Gadafi. Es cierto, usted no ha muerto, todavía. Su causa sí, sin embargo. El Socialismo de verdad, el que no podrá usufructuar ningún tirano, aquel que resistirá las ofensivas del sistema, vivirá para siempre en el corazón de los hombres. (Y de las mujeres, no vayan a poner precio a mi cabeza las feministas de salón).

No hay comentarios: