lunes, febrero 18, 2008

Realidad pulp


Algunos de ustedes habrán visto Ed Wood (Tim Burton, 1994), el logrado biopic del peor director de la historia del cine. Supongo que no habrán olvidado la convincente interpretación de Martin Landau, su maravillosa encarnación del inquietante actor húngaro Bela Lugosi. Pues bien, en una escena de dicho filme, Lugosi-Landau contempla entusiasmado el televisor, observando los deliciosos encantos de Vampira-Lisa Marie. "Vaya par de melones" exclama gozoso el príncipe de las tinieblas. Y no le faltaba razón al amigo.

Hace pocas semanas, la mencionada Vampira falleció en Los Ángeles. Ya no era aquella chica sueca de generosos pechos y cinturita de avispa, sino una anciana de 86 años, un objeto de culto para mitómanos y frikis, entre los que me pueden contar a mí. Conocí la noticia por el diario de César Martín en la web del Popu, lugar que frecuento de vez en cuando, envidioso de sus encuentros con las glorias del cine de serie B.

César publicó también hace no mucho una fotografía de la starlette Mamie Van Doren, posando desnuda en una cama deshecha mientras ve la tele. Lo que más llama la atención no es la fotografía en sí, sino el hecho de que esta mujer nació el 6 de febrero de 1931. Los cálculos no fallan y establecen la edad de Mamie en 77 primaveras. Miren las imágenes que aparecen en la página personal de la diva y pásmense: la señora aparece en pelotilla picada en mil y una instantáneas, luciendo un tipazo, sonriendo forzadamente, como si tuviera 50 años menos.

El bisturí y el botox la han momificado, su rostro está irreconocible, si comparamos a la Mamie del 2008 con la de los 60. Si hacemos honor a la verdad, debemos rendir honores a este sex symbol, porque es una superviviente nata. Mamie fue una de las muchas imitadoras de Marilyn Monroe, una rubia potente más del catálogo de bellezas surgidas al calor del éxito de Norma Jean Baker. Junto con Jayne Mansfield y Diana Dors, constituyó un trío de ases, las tres mejores copias del desdichado original.

El trágico final de la Monroes es de sobra conocido por todos. A Jayne Mansfield el destino le reservó un macabro pasaporte al otro barrio: perdió la vida en un accidente de tráfico en el verano de 1967, decapitada según la leyenda. Diana Dors superó la cincuentena por muy poco, siendo enterrada en 1984 tras un cáncer. Sólo queda Mamie, libre de maldiciones bíblicas, visitante asidua de la mansión Playboy, coetánea del tito Hugh Hefner.

Menudo personaje ese Hefner. Quién no ha soñado alguna vez con vestir su perenne batín, quién no ha fantaseado con tomarse un cubata con tal o cual playmate. Navegar por mares de silicona, atracar en algún puerto canallesco, deslizarse por las curvas de una semidiosa de almanaque. Cuentan ahora que el imperio Playboy está en quiebra, acogotado por el terremoto pornográfico de Internet. Levanten la copa de champán por Hugh, capaz de sacar a la luz las investigaciones del fiscal Jim Garrison sobre el asesinato de JFK, valiente editor de una revista donde escribían Arthur Miller, John Updike, Alberto Moravia, George Simenon, Truman Capote, Henry Miller, Ernest Hemingway, Arthur C. Clarke o Allen Ginsberg, entre otros.

No sólo de tetas vive el hombre, también se deben de alimentar el alma y el espíritu. Hablando de tetas, me viene a la cabeza el reportaje de Mamie Van Doren y Pamela Anderson para Vanity Fair, en el número de marzo de 2006. Pam Anderson también comenzó su carrera (si es posible llamar carrera al compendio de actuaciones estelares de la canadiense, dentro y fuera de la pantalla) como un cromo de Marilyn, deslizándose después por otros terrenos más movedizos, vídeos erótico-festivos incluidos. Más afortunada que Anna-Nicole Smith (otra del club de las Monroes), adorna el ramillete de foros calientes de la red, con sus descuidos y su récord de portadas del Playboy.

Vampira desaparece, Mamie permanece, y yo me voy desparramando por el blog, intercalando datos y pensamientos impuros, buscando la salida al embrollo en el que me meto cada vez que empiezo a teclear. Volvamos al principio de los tiempos. Les hablé de Lugosi, ¿no? Resulta que este buen hombre era de la mismica Transilvania, paisano de su querido conde Drácula. El teatro fue su pasión, la ideología izquierdista de la que siempre hizo gala le obligó a exiliarse de Hungría, recalando en Hollywood tras darse un garbeo por Alemania. Siempre será Drácula para los aficionados al cine, compartiendo trono vampírico con el inglés Christopher Lee.

Vampiros rojos, neumáticas rubias de pasado esplendoroso y presente recauchutado, millonarios cachondos y un pelín liberales, cultura popular de los EEUU al alcance de internautas pirados, ... El submundo underground usamericano es anterior a Quentin Tarantino y a los hermanos Coen. Busquen por ahí, y sacien su curiosidad. Ancha es Castilla, ancha es Yanquilandia.

En próximos episodios de este Llanto de la Acequia, retornaré al terruño, aterrizaré en la puta y vieja España, para seguir lanzando mis dardos envenenados contra la fea burguesía que nos controla.

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