lunes, noviembre 09, 2009

En la muerte de López Vázquez


Agosto era la voz cavernosa; Agosto era el bon vivant apergaminado; Agosto era Rabal recitando a Lorca en el cosmos de la Alfaguara.

Agosto de 2005 fue Jack Lemmon con retranca, Alberto Sordi refunfuñando en plan castizo; Aquel agosto fue José Luis López Vázquez el que puso cuerpo y alma a la poesía imperecedera de Federico.

El dandy octogenario, primorosamente vestido, acompañado por la que fue su amor tardío, Carmen Sainz de la Maza, puso su oficio de siglos al servicio del público granadino. La lluvia no consiguió interrumpir su parlamento, perlando la calva característica, empañando las gafas, humedeciendo el bigotillo cano.

El actor de actores, el cómico de la legua de tantas sesiones de tarde, el compinche de Tony Leblanc en el cine de astracán, blandió la potencia dramática de su mejor dicción en los mismos lares donde hoy se buscan los restos de un maestro cojo y de dos banderilleros anarquistas.

La chaqueta blanca de López Vázquez sirvió de contrapeso a la impunidad de los flashes, rivalizando con la luna, mudo testigo del ritual lorquiano.

La noche del 17 de agosto de 2005 los devotos del séptimo arte presentaron sus respetos al sumo sacerdote de la actuación. Aynadamar, depósito circunstancial de tantas voluntades cortadas de raíz, prestó su plaza porticada de cielo para el castellano sin tacha del que ya sólo es recuerdo.

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